El seminario

El seminario

El seminario 2560 1829 How To Human

Caminaba deprisa por la calles oscuras. Joder, llego tarde al seminario nocturno del profesor Bars. Estos último días no he podido dormir bien, los putos gatos de la vecina. Mi destino estaba en un barrio que no conocía, tampoco se puede decir que salga mucho del distrito universitario, pero por lo menos de pasadas conocía la mayoría de ciudad. Las farolas inclinadas y un extraño olor a pelo quemado. Las baldosas de la calle hacía mucho tiempo que necesitaba una reparación,y no parecía que transitaran muchos coches por aquí.
Busco el nombre de la calle en los laterales de los edificios, pero las pintadas, los cartones y los escombros hacen díficil que pueda encontrarla. Además, admitamos que soy un poco miope y llevo alguno dioptría que otra menos de las que debería.
Una anciana se acerca por la calle. Lleva un abrigo roído de color púrpura chillón, aunque se nota el desgaste de los años. Parece que hubiera estando llevando el mismo abrigo por lo menos treinta años. Las uñas largas y el pintalabios mal puesto. Me acerco a preguntar.
Hola, buenas noches, verá, estoy un poco perdido, busco la calle Fantoche, el profesor Edgar Bars de un seminario sobre la Calabaza Owatata, el gran misterio africano, empecé a explicar nerviosamente. La vieja me mira de soslayo, como si yo fuera un fantasma, no para de caminar hasta que la rozo ligeramente el brazo.
Entonces su mano me agarra el brazo. ¿Cómo se ha movido tan rápido la vieja esta?. Me mira con ojos vacíos, uno negro y el otro totalmente blanco, ciego.
Del sol invertido emanan energías desviadas me espetó.
¿Perdone?
Yo he estado muy deprimida y luego muy despendolada, comenzó a hablar mientras me seguía sujetando y con la mano libre sacaba un cigarro y se lo encendía. No puedo tomar anticonceptivos por tomar antipsicóticos.
El olor de su cigarro inundaba mi nariz y me hacía toser. Sabía que tenía que alejarme de este vieja pronto, pero me agarraba con una fuerza poco común para su aparente edad.
Nos metimos en gotas lo que debían de ser dos cartones y se me frió el cerebro.
Sus ojos parecían cada vez más vivos, y la presa de mi brazo más fuerte.

Los emos se volvieron traperos, esfuerzos en vano. Su cara se va acercando a la mía. Puedo ver con claridad la cara de una cincuentona de las películas de blanco y negro que me mira severa. Camellos de poca monta que no saben cómo hay que hacer las cosas, adolescentes que creen que todas las pastillas son iguales. Mientras sigue balbuceando puedo notar su aliento amargo.

Un estudiante de segundo de Literatura que va a un seminario sobre una puta calabaza africana atornillado en una calle de un puto barrio oscuro y sucio con una puta vieja que no para de darle la tabarra. Pero no puede hablar. Lleva un rato queriendo gritar, pero cállese ya señora, que tengo prisa. Quitarme su zarpa de oso del brazo e ir corriendo a mi habitación a seguir leyendo a Bolaño. Pero mis músculos no me respondían.
Psicodélicos en grandes ciudades donde la cara de tu amigo flota oero no hay sensaciones. Metáforas perdidas en metro mientras el cristal hace efecto.
Sin previo aviso, tira el cigarro al suelo y me agarra de la parte de atrás de la cabeza acercándome a ella. Cuando está a escasos milímetros de tocarme, para en seco, me mira y susurra, No hay crimen más atroz que enseñarnos a mirar hacia delante pero no alrededor, tuvi somos todos. Cuando termina de hablar saca una lengua seca y agrietada y desde la barbilla hasta la frente lame lentamente. Dios, que asco. No puedo moverme. Suelta mi brazo y acto seguido me agarra la entrepierna. Noto como sus dedos van aplastando lentamente mis huevos, sin poder hacer nada. El dolor me recorre toda la columna vertebral. Cuando mi cuerpo no puede aguantarlo más se encoge y cae el suelo. Negro. Duele.
Tras unos segundos vuelvo a recuperar la conciencia. ¿Qué cojones acaba de pasar? Madre mía cuando le cuente esto a Roland. No vuelvo a venir a este barrio en la puta vida. Aun así la conferencia era demasiado importante para mis notas como para que pudiera saltármela, dependo demasiado de la beca. Me arreglo la ropa como puedo e intentando olvidar lo sucedido sigo buscando mi destino.

No tardo en encontrarlo, estaba a sólo dos calles. las 11:58. Aún quedaban dos minutos para entrar. No había nadie haciendo cola en la entrada, supuso que ya estarían todos dentro. Apresuró el paso y se acercó al conserje.

¿Llego a tiempo para el seminario del profesor Bars?
El hombre me mira un poco confundido. Arquea las cejas y responde, está a punto de empezar, pero es un curso sólo para jóvenes menores de 30, asi que me temo que no le puedo dejar pasar señor. ¿Estás de coña? digo indignado, no tengo tiempo para bromitas, me ha costado mucho llegar a tiempo. Señor por favor, tranquilo. Perdone si le he ofendido con algo que he dicho. Yo no dicto las normas, los mayores de treinta años no pueden pasar. Pero si acabo de cumplir veintiuno, empecé a levantar mi tono de voz, no podía creérmelo, pero este señor es imbécil o que le pasa.

Cuando voy a sacar de mi cartera mi carnet de estudiante me doy cuenta de algo extraño. Mis manos están surcadas de arrugas, se ven viejas y frágiles, casi transparentes. Busco mi carnet con las manos temblorosas pero no lo encuentro. Empiezo a notar un zumbido en el oído izquierdo y una presión en el pecho.
Recuerdo gritarle al conserje que me dejara pasar, que se dejara de gilipolleces, que me iban a denegar la beca si no. Recuerdo que el me pidió que me tranquilizara, que bajara la voz y que me marchara. Recuerdo haberme puesto violento. Recuerdo haberle cogido del cuello y haber apretado hasta que sus ojos se apagaron y su aliento cesó. Recuerdo a gente reteniéndome en el suelo.
A partir de ahí no recuerdo nada más señoría.

20/12/2018

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Escrito por:

Miguel Zorzo

Ingeniero del Software, gamer, escritor aficionado y artista marcial. Me encanta divagar sobre dilemas éticos y buscar formas de arreglar el mundo. De opiniones fuertes, aunque siempre dispuesto a escuchar.