Locura

Locura 150 150 Miguel Zorzo

 La noche es oscura, parece como si la oscuridad hubiera engullido al mundo, como si esta zona nunca hubiera sido iluminada. No hay ni un ligero vestigio de luz, y apenas puedo ver a un palmo de mis propias narices. Oigo lobos aullando en la lejanía, pero no es mi mayor preocupación, tengo que seguir huyendo, escapar de la muerte, escapar de mi destino… El camino que sigo, no lo debería seguir nadie; cada paso que doy mi corazón se encoje y estremece; una terrible angustia lo oprime y no me deja respirar; hay árboles a mi alrededor que me observan y me juzgan con su sobrecogedora mirada, sus podridas y enredadas ramas intentan agarrarme para llevarme al lecho de la oscuridad eterna y engullirme. Sólo me separa de la oscuridad total una pequeña y bendita linterna, con la bombilla medio fundida; sólo espero que estos haces intermitentes de luz no sean su último estertor. Sin la luz no soy nada, sin la luz estoy muerto. No sé si vale la pena lo que estoy haciendo; no sé si ya he perdido; no se si es mejor rendirme de una vez… Pero mis pies no me dejan parar, tozudos y cansados siguen el camino, el camino de mi desesperación y angustia… 

 Pasan las horas y el camino se va ensanchando poco a poco, como si de un embudo se tratase, aquel estrecho camino se va convirtiendo en una pradera, en una pradera desnuda y triste. La luz malévola y endeble de la luna tenuemente ilumina lo que en algún momento me hubiera parecido una escena grotesca y asquerosa, pero después de varios días caminando sumido en la angustia y el desamparo, raya la normalidad. Unas hienas se dan un festín de lo que parecen ser restos humanos, sus dientes desgarraban con lujuria la carne de aquel pútrido cadáver y sus mandíbulas chirriaban al son de una delirante sinfonía que no procedía de ninguna parte, pensé –“¿Este será mi fin? ¿ Mi carne masticada desprenderá ese sonido putrefacto? ¿Acabaré mi huida sirviendo como cena a unas alimañas mugrientas?”. Estoy demasiado cansado para correr, así que prefiero seguir caminando, muy a mi pesar, pues estoy a punto de rendirme. Aquellos inmundos seres me miran con ojos vacíos, sus bocas salivan imaginando mi cruento final, pero por alguna extraña razón no se acercan ni se mueven, sólo se limitan a mirarme. Deben de haberse dado cuenta de que un peligro mayor se acerca en mi busca, un peligro que no podéis imaginar, un peligro inconcebible, un enemigo del que pocos seres humanos han logrado escapar…

   Poco después veo una casa, no me puedo creer que una casa pueda estar en un páramo tan salvaje, pero me dirijo a ella aún sabiendo el peligro que supone. La casa es una construcción robusta de dos plantas, enormes ventanales y una espectral aura alrededor. Me acerco a la entrada tiritando, pues el ambiente está helado. La puerta de la entrada es de madera blanca. Nunca pensé que una puerta pudiera asustarme tanto, es como si todos mis miedos y mi final me esperaran dentro, pero tengo que seguir, no puedo parar ahora, tengo que escapar o ser derrotado. Mi mano toca el tirador con congoja, lo cojo con fuerza, está frío, abro la puerta y me adentro en el interior… Vacía, la casa está vacía. No hay marcas de muebles y no parece haber sido usada nunca. Me adentro más en la casa, veo unas lúgubres escaleras por las que subo dejando atrás mis prejuicios. El piso superior esta vacío, vacío a excepción de una mujer, una mujer alta, de tez mortecina, pelo blanco y mirada perdida.

En estas momentos mi corazón empieza a latir muy deprisa, pienso en correr, pero sé que ya he perdido. Todo este camino para nada, todo mi sufrimiento en vano. Con total resignación me dirigí hacía ella. “Ella”, esta dama de blanco, al ver que me acerco, me mira fijamente, con esos ojos muertos, y me saluda con voz dulce y temblorosa, como si de la voz de una niña asustada se tratase -“Hola compañero” y yo respondo, aceptando mi derrota y sabiendo que ya jamás podré escapar:

–“Hola de nuevo…Locura

05-06-2011 Ilustración: Jaime Cortezo

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Escrito por:

Miguel Zorzo

Ingeniero del Software, gamer, escritor aficionado y artista marcial. Me encanta divagar sobre dilemas éticos y buscar formas de arreglar el mundo. De opiniones fuertes, aunque siempre dispuesto a escuchar.

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